El Cuervo de la Calle Olvidada

panda

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La niebla, densa y húmeda como un suspiro de la muerte, abrazaba las ruinas de la Calle Olvidada. Edificios de ladrillo, desgastados por el tiempo y la tragedia, se alzaban como esqueletos contra un cielo plomizo. El asfalto, roto y destrozado, testificaba una batalla silenciada, un pasado que se negaba a ser enterrado.

Sobre un muro derruido, posado como un monarca en su trono de escombros, un cuervo negro observaba. Sus ojos, negros como pozos sin fondo, parecían penetrar la pesadumbre del lugar. Era el guardián silencioso de una historia olvidada, el único testigo de la vida que alguna vez pulsó entre estas paredes.


En la distancia, tres coches antiguos se alineaban como fantasmas oxidados en el polvo grisáceo. Eran vestigios de un tiempo en que la Calle Olvidada rebosaba de vida, de risas y sueños. Ahora, sólo el eco de sus motores dormidos se escuchaba en el viento que susurraba entre las ruinas.

Las ventanas de los edificios, vacías y sombrías, parecían ojos ciegos que observaban la escena con tristeza. El cuervo, quieto e imponente, se convertía en el centro de la imagen, un símbolo de la soledad eterna que se cernía sobre el lugar.

Un pequeño destello de luz, apenas perceptible, salía de una tienda en la esquina. ¿Era un alma esperanzada que se resistía a la tentación de la oscuridad? O simplemente, la última llama antes de que la noche se tragara todo.

El cuervo permaneció inmóvil. Su presencia era un lamento, un recordatorio de la fragilidad de la vida y la inevitabilidad del olvido. La historia de la Calle Olvidada, escrita en piedras erosionadas y metal oxidado, estaba eternamente ligada a la sombra solitaria del cuervo, su silencio un grito eterno en el viento.
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