El Lago de los Susurros

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En el corazón de un bosque antiguo, donde los árboles susurraban secretos al viento, se encontraba el Lago de los Susurros Silenciosos. Sus aguas, oscuras y profundas, reflejaban el cielo crepuscular con una melancolía que conmovía el alma. Una canoa, pequeña y solitaria, se hallaba anclada en su centro, como una lágrima flotando en una inmensidad de sombras.
Se decía que el lago era un lugar mágico, habitado por espíritus de los árboles y las aguas. Aquellos que se atrevían a navegar en la noche, en la silenciosa canoa, podían escuchar sus susurros, historias de amores perdidos, de promesas rotas y de vidas truncadas. El lago no revelaba sus secretos a cualquiera; solo aquellos con un corazón puro y un alma sensible podían captar la verdadera esencia de su misterio.

Una joven, llamada Elara, de pelo tan negro como la noche y ojos que brillaban con la luz de la luna, se había acercado al lago buscando respuestas. Su corazón estaba roto, su alma llena de dolor. Al adentrarse en la canoa, sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal. No eran solo las frías aguas, sino una presencia misteriosa que la envolvía.
Los susurros del lago se hicieron más intensos, historias de pérdidas y sufrimiento resonaban en sus oídos. Elara lloró amargamente sobre la quietud del agua, pero mientras lo hacía, sintió como si una carga se aligerara de sus hombros.
Cuando el alba pintó el cielo con tonos rosados y azulados, Elara salió del lago con un corazón más ligero. La canoa, una vez símbolo de soledad, se había convertido en un testigo silencioso de su liberación. Esa noche, había encontrado la paz, no en una respuesta a sus preguntas, sino en la aceptación de su dolor. El lago, aunque silencioso, había hablado a su alma.
Se decía que el lago era un lugar mágico, habitado por espíritus de los árboles y las aguas. Aquellos que se atrevían a navegar en la noche, en la silenciosa canoa, podían escuchar sus susurros, historias de amores perdidos, de promesas rotas y de vidas truncadas. El lago no revelaba sus secretos a cualquiera; solo aquellos con un corazón puro y un alma sensible podían captar la verdadera esencia de su misterio.

Una joven, llamada Elara, de pelo tan negro como la noche y ojos que brillaban con la luz de la luna, se había acercado al lago buscando respuestas. Su corazón estaba roto, su alma llena de dolor. Al adentrarse en la canoa, sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal. No eran solo las frías aguas, sino una presencia misteriosa que la envolvía.
Los susurros del lago se hicieron más intensos, historias de pérdidas y sufrimiento resonaban en sus oídos. Elara lloró amargamente sobre la quietud del agua, pero mientras lo hacía, sintió como si una carga se aligerara de sus hombros.
Cuando el alba pintó el cielo con tonos rosados y azulados, Elara salió del lago con un corazón más ligero. La canoa, una vez símbolo de soledad, se había convertido en un testigo silencioso de su liberación. Esa noche, había encontrado la paz, no en una respuesta a sus preguntas, sino en la aceptación de su dolor. El lago, aunque silencioso, había hablado a su alma.
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