La llamada que nadie olvida

Clara se había mudado a la cabaña destartalada buscando un descanso de la ciudad. El único objeto moderno era su radio, pero había un viejo teléfono de disco en el pasillo, un aparato antiguo y desconectado. Ella se había asegurado de que el cable cortado estuviera metido en la pared.

La primera noche de tormenta, sintió un pánico sin motivo mientras la lluvia golpeaba el techo. Intentó dormir, pero a las 3:07 AM, la casa se llenó de un sonido metálico. El teléfono estaba sonando. Un timbre persistente y fuerte que resonaba en la madera. Era imposible, pero real.

Clara se acercó al aparato con una cautela excesiva. Levantó el auricular, sintiendo la humedad pegajosa del plástico bajo su palma. Del otro lado, no había voz, sino una respiración lenta, profunda y espaciada, como la de una bestia durmiendo.

Luego, la respiración se cortó, reemplazada por un sonido que no era humano. Era un chasquido seco, como si algo estuviera rompiendo huesos en el extremo de la línea. El miedo la petrificó.

Intentó colgar, pero la mano se le quedó rígida. En ese momento, escuchó la voz. No era audible por el oído, sino directamente en su mente. La voz era profunda y terrible, y lo único que decía una y otra vez era un nombre: "Madre".

Clara recordó entonces un evento traumático de su infancia. Una memoria que había enterrado hacía décadas. La voz continuó repitiendo: "Te veo en la ventana de tu alma." El terror era total.

Tiró el teléfono. El aparato golpeó el suelo de madera, pero el sonido gutural no se detuvo; ahora parecía venir de las paredes de madera de la cabaña. El cable desconectado se movió por el suelo, reptando hacia ella como una serpiente de plástico. Clara se arrastró hacia la esquina, pidiendo que el mundo se volviera negro. El último sonido audible que escuchó fue el del auricular descolgado rebotando, mientras la voz en su cabeza prometía un tormento eterno.