Nadie sabía qué custodiaba, ni por qué. Algunos decían que era el portal a otros planos, otros, que era la prisión de la verdad última. Pero aquellos que se atrevían a entrar en la cámara, aquellos que se enfrentaban a la mirada del Guardián, no encontraban respuestas, sino la realidad despojada de sus velos. El horror no era una criatura que atacara con garras o dientes. Era la comprensión de que el universo era un mecanismo indiferente, y que la existencia humana era una anomalía insignificante. Y el Guardián Alado, con su silente majestuosidad, era el implacable recordatorio de esa terrible y final verdad.
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